viernes, 8 de abril de 2011

Por mucho placer que el hombre experimente al actuar, al moverse, al esforzarse, aún es preciso que sienta que sus esfuerzos no son vanos y que al marchar avanza. Ahora bien, no se avanza cuando no se marcha hacia algún fin, o, lo que viene a ser lo mismo, cuando el fin hacia el que se marcha está en el infinito. Si la distancia que nos separa de un punto sigue siendo la misma, cualquiera sea el camino que hayamos hecho, resulta como si nos hubiéramos agitado vanamente en el mismo sitio. Ni siquiera las miradas vueltas hacia atrás, ni el sentimiento de orgullo que se puede experimentar al percibir el espacio ya recorrido podrían causar más que una satisfacción muy ilusoria, puesto que el espacio a recorrer no ha disminuido en la misma proporción. Perseguir un fin inaccesible por hipótesis es, pues, condenarse a un perpetuo estado de descontento.